Nada más agradable que salir de Santiago y llegar directamente a comer rico al Hotel Las Majadas. En nuestro caso, degustamos un tartar de atún para partir y, luego, Merluza con vegetales asados y un braseado de res con risotto de perejil, de postre un entremés de chocolate y un lingote cítrico. Todo acompañado por una buena copa de vino.
Lo que viene después de comer rico es el relajo de estar en este lugar. La tranquilidad invita a caminar por su parque, incluso de noche (una experiencia totalmente distinta a hacerlo de día). Y después llegar directamente a dormir.


Amanecer en este lugar es desconexión. Paz. Por eso después del desayuno no dudé en inscribirme en las clases de yoga (que se hacen todos los sábados y domingos a las 11 am). Aquí conocí a Abi, y solo éramos ella y yo. Luego de hacer algunos ejercicios me hizo una meditación, donde pude tener mi mente en blanco por primera vez en mucho tiempo. Su voz calmada ayudaba a esta desconexión, a dejar el pasado y enfocarme en el presente.
El parque de Las Majadas es el mejor lugar para hacer yoga que he experimentado. Se escuchaba el fluir del agua, los pajaritos, incluso se escuchaba ese Tucuquere que todavía no he podido encontrar. El conjunto de todo me relajó tanto que después me sentí flotando.
¡Una ducha calentita y a lo que vinimos!
A las 12:30 comenzaba el taller que nos habíamos inscrito, “De las brasas a la mesa”. Este taller se crea en torno al fuego. De hecho, el taller partió hablando sobre los inicios de éste.Así es como entendí, y fui consciente, quizás por primera vez, cómo el fuego pudo generar comunidad. Y algo así es lo que se vive en el taller.
Sin conocer a ninguno de los otros presentes, esta experiencia es como estar en un asado familiar solo que con puros desconocidos. Y el ambiente está justamente creado para que se dé una interacción genuina pero perfecta.


Todos teníamos un rol fundamental para poder comer. Mientras la carne estaba en las brasas nosotros hacíamos el pebre, las churrascas, la tortilla de rescoldo, las brochetas de pollo, etc. Los más aplicados con los cuchillos hacían el pebre, y los menos experimentados en la gastronomía metíamos las manos en la masa. Todo acompañado por una copa de vino que se iba rellenando constantemente, y la calidez, ayuda y paciencia permanente de todo el personal.
Aquí es importante mencionar que mientras uno menos sabe, más entretenido se hace, porque es todo 100% novedoso (o por lo menos ese era mi caso). Por lo que destaco que no es importante ser prolijo en la cocina ni tener talento culinario. Lo importante es tener ganas de aprender, conocer, comer rico e interactuar.
Éramos un grupo de 16 personas dividido en dos mesas largas, por lo que era imposible no interactuar. Esto sumado a una parrilla compartida, es lo que termina logrando el objetivo del fuego. El olor a asado acompañaba el ambiente y había un humo agradable que transportaba al sur.


Lo entretenido de aprender recetas nuevas, se entrelaza con lo rico de ir comiendo lo que nosotros mismos preparamos. Además, mientras nuestras creaciones se cocinaban, en el bar nos enseñaban a hacer mojitos y pisco sour. Sin dudas, este taller es para gozar.
Creo que ahí, a pocos kilómetros de Santiago, este taller me invitaba a desconectarme por completo de toda mi vida citadina. Las Majadas ya no me conquistaba solamente por su hotel acogedor, su buena gastronomía y la amabilidad de su gente, ahora también me conquistaba su manera sutil y sensible de crear comunidad.