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La familia Espínola llegó a América proveniente de Europa; primero a Argentina y luego a Chile. Siendo una familia dedicada a la agricultura, durante esos años fueron dueños de fundos en San Felipe y Los Andes.
Julio Nieto Espínola, bisabuelo de la última generación que vivió en Las Majadas, decidió venirse a Pirque y en 1928 compró Las Majadas a la familia Subercaseaux, quienes decidieron vender debido a problemas económicos. En ese tiempo, el terreno medía unas 1.500 há, incluyendo la casa, el parque y el campo.
Junto a Hortensia, su mujer, viajaban muy seguido a Europa, y fue en esos viajes donde compraron gran parte del mobiliario, los textiles y la elegante decoración que vestía el interior del Palacio.
Julio Nieto era un gran empresario, muy trabajador, y pasaba los días arriba del caballo recorriendo el campo. Se dedicó a la producción de vino y de alfalfa para alimentar a los caballos el Club Hípico y el hipódromo, que en esa época se usaban mucho. Por su parte, Hortensia se dedicaba a cuidar el Parque.
José Julio Nieto, único hijo del matrimonio, se casó con Elvira Varas Montt, descendiente directa de Manuel Montt y Antonio Varas. Como regalo de matrimonio, los padres les regalaron el fundo Las Majadas. Así, la nueva familia armó su vida en Pirque, y con el tiempo fueron llegando los hijos: Hortensia, Julio, Isabel, Luz, Antonio y finalmente Elvira.
Como su padre, José Julio se dedicó al campo. Era un hombre alto, delgado y distinguido, siempre muy bien vestido. Era católico y viajaba mucho a Europa, por lo que era muy culto. Tenía mucho talento para la fotografía; le dedicaba mucho tiempo y siempre se le veía acompañado de una cámara de fotos. Reconocido a nivel mundial, fue parte del Club Fotográfico de Santiago, y todo el tiempo recibía libros de fotografía enviados desde Alemania y accesorios para las diferentes máquinas que tenía.
Elvira, la abuela, era relajada, divertida, histriónica, súper inteligente y de muy buena memoria, siempre recitando poesía en inglés y francés.
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Durante algunos años los hijos fueron al colegio a Santiago desde Pirque, pero finalmente decidieron vivir en la ciudad, en la calle Orrego Luco. Eso sí, los veranos y las vacaciones de invierno se vivían completos en Pirque, arriba de los caballos y en las bicicletas paseando por el parque, la casa de los inquilinos, los gallineros, las viñas y los árboles frutales.
Los domingos se almorzaba en familia con todos en una mesa larga, un menú sencillo pero siempre muy rico, y en verano nunca faltaban los porotos granados. Por un tiempo pudieron disfrutar de la piscina, pero al estar lejos de la casa –donde hoy está el Restaurant– no poder mirar a los niños ponía muy nerviosa a la madre. Por eso, decidió mandarla a tapar.
Elvira era muy buena dueña de casa y tenía la casa siempre flamante. El mayordomo, Manuel Madariaga, era un personaje encantador y tenía cinco personas a su cargo: encargados del riego, de barrer, limpiar, etc. Cada cierto tiempo, el encerador que venía de Santiago se quedaba durante un mes encerando toda la casa y limpiando los vidrios.
A medida que los hijos fueron creciendo, el padre los fue llevando uno por uno a Europa. Eran viajes que duraban meses, donde arrendaban una casa y auto con chofer, y eso les permitía recorrer y conocer mucho.
Así transcurrió la vida; los niños fueron creciendo pero Pirque fue siempre su lugar de encuentro. Los hijos fueron casándose y empezaron a llegar los nietos, que llegaron a ser 36. El trabajo del campo y la vida familiar se mezclaba, incluso con importantes recepciones sociales como la fiesta del cambio de mando del presidente Gabriel González Videla, la visita del vicepresidente de Estados Unidos y del Príncipe Bernardo de Holanda. Memorables fueron también las misiones realizadas en la capilla con los Padres Capuchinos, que cada verano congregaban a cientos de personas.
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Entre una de las anécdotas que la familia recuerda con humor, está la tarde en que a algunos de los nietos se les ocurrió prender un fósforo a un gran pino que estaba en el parque. Con el árbol en llamas, los niños arrancaron en medio de gritos, que se escuchaban desde la casa. Afortunadamente alcanzaron a llegar los bomberos y pudieron apagar el fuego antes de que hubiera un daño mayor.
En 1971 el abuelo, José Julio, fallece y lentamente las cosas empiezan a cambiar. Ya había repartido gran parte del campo a los hijos y al morir, la abuela se queda con el Palacio y el Parque, ya de unas 40 há. Los padres eran muy unidos y Elvira quedó muy triste con la partida de su marido; de hecho, decidió no moverse de la casa porque quería estar donde habían vivido juntos.
Otro momento importante para la familia fue el tiempo en que encontraron las cámaras del abuelo, 30 años después de su muerte. En el segundo piso de la casa había una pieza misteriosa, cerrada siempre con un candado. Con el terremoto, el misterioso candado se abrió, y al entrar la familia se encontró con su amplia colección de cámaras de foto y rollos.
Hernán, hijo de Isabel, curioseando una de las cámaras con su madre, notó sorpresivamente que aún guardaba un rollo. Así fue como aparecieron las últimas fotos que había tomado el abuelo desde el balcón de su pieza: una fuerte nevazón que dejó el parque completamente tapado de blanco. Serían las últimas fotos que tomaría antes de morir.
Ya en los años 80 la familia decide lotear el terreno alrededor del Parque –donde estaban las viñas– y vender. La madre se quedó con la parte central, que es lo que conocemos hoy e incluye la casa con 9 há de Parque.
Elvira fallece y después de algún tiempo, la familia decide vender el lugar. Entonces se hace un remate con las cosas que aún estaban en la casa: lámparas, alfombras, espejos y muebles traídos de todo el mundo fueron subastados.
Así fue como la historia de Las Majadas comenzó un nuevo ciclo, con nuevos sueños, desafíos y personas recorriendo los pasillos del Palacio y los senderos del Parque.
En 2006 el empresario argentino Wenceslao Casares conoce Las Majadas, se enamora y compra el lugar para hacerlo su hogar. Sin embargo, los negocios lo llevaron a radicarse en Palo Alto, California. En 2010, Wenceslao y su amigo Pablo Bosch, empresario chileno, finalmente se asociaron para hacer de Las Majadas el primer lugar en Latinoamérica para desarrollar puentes entre personas diversas con objetivos comunes, puentes entre personas basados en confianza y reciprocidad, una verdadera fábrica de redes humanas, lo que el filósofo Francis Fukuyama define como capital social.
Créditos fotos: Hernán Valdés Santini
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